[Relato] Tactical flashlight
Publicado: 11 Jun 2012 03:21
Como dije en mi presentación, en mis ratos libres me pongo el traje de Escritor y aporreo el teclado. Mi gusto es la ciencia-ficción y me entretengo mucho con ello. Esta es la primera parte de una historia que dedico a mis colegas adictos a las linternas. Sólo cambié los nombres de las marcas para proteger a los inocentes, je, je, je. Espero que les guste y, si alguno se siente identificado, no es mi culpa.
Tactical flashlight
Teobaldo Mercado Pomar
Inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual con el Nº 194.055
Cuando Osvaldo vio la caja sobre la mesa del comedor inmediatamente sintió una gran alegría en su interior. La linterna había arribado al fin, la espera de dos semanas (que parecieron dos meses) lo tuvieron muy inquieto hasta ese momento. Le dio las gracias a su padre, que había recibido el paquete, y partió a su pieza con premura apenas contenida. Cogió un cuchillo y sobre el escritorio procedió a abrir el envoltorio. Pronto quedó ante sus ojos la sencilla caja que contenía el preciado bien.
Finix L200
Tactical flashlight
Max 180 lumens
Two AA batteries
Era la primera linterna de verdad que poseía, toda una leyenda entre los exploradores y merecedora de más de un video en Youtube, provista de un potente led Cree Premiun Q5 que brindaba un potente haz de luz visible a más de cien metros. Tenía seis modos de iluminación: Bajo, Medio, Alto, SOS, Turbo y Strobe, adecuados para casi cualquier situación imaginable. Y lo mejor era que funcionaba con dos simples baterías AA, nada de esas extrañas CR123, 18650 ó 14500, muy difíciles de encontrar en su país.
—Quiero verte en acción, preciosa —murmuró, poniéndole ceremoniosamente las dos pilas NiMh de 3000 mAh que ya tenía cargadas para la ocasión.
Apagó las luces y accionó la interna. En modo Bajo iluminaba bastante, en Medio más aún y en Alto hacía casi innecesaria la lámpara del techo. El modo SOS emitía tres destellos cortos y tres largos. Giró la cabeza y el modo Turbo lo sorprendió por su potencia. Un rápido apretar del botón de encendido y una serie de destellos continuos alumbró como las luces de una discoteca. Sonrió, complacido ante la compra, olvidándose del costo del aparato. Ahora sí poseía una linterna para salir de excursión con sus amigos y poder alumbrarse como era debido en medio de la oscuridad de la noche.
—Cómo me gustaría tenerte ahora conmigo, mi linda —murmuró y un aire de tristeza lo envolvió al recordar a Andrea, su amada, quien en las próximas semanas partiría a vivir a Australia. Esto opacó la alegría de lo recibido durante un largo minuto, al cabo del cual volvió a encender las luces.
Colocó la linterna en su mochila de camping, aunque luego lo pensó mejor y la dejó en la que llevaba al trabajo. No era necesario, sin embargo, prefería estar preparado ante cualquier emergencia. Se puso a leer el folleto de instrucciones y en eso estaba cuando lo llamaron a cenar. Partió a comer, no sin antes darle un último vistazo a su nueva adquisición.
* * * * *
La noche ya se había dejado caer cuando Osvaldo y sus amigos departían junto a la infaltable fogata de todo campamento. Ya habían comido, cantado y bromeado un buen rato.
—Ríete con más ganas, hombre —pidió Juan, su amigo del alma, palmeándole el hombro.
—Si lo hago, tonto —replicó Osvaldo, intentando parecer más alegre, pero no pudiendo apartar a Andrea de su mente. En su interior se sentía un tonto por haberse enamorado tan profundamente de ella a sabiendas de que la mujer tenía planeado marcharse del país. Y se sentía más tonto porque ella nunca se dio cuenta de lo que él sentía, salvo cuando se lo planteó directamente. Bueno, así eran los sentimientos: impredecibles.
—¿Vamos a dar una vuelta al bosque? —preguntó Alvaro, quien siempre iba acompañado de Elvira, su novia.
En su interior, Osvaldo llevaba más de una hora esperando aquel momento, pues le permitiría demostrar la potencia de su nueva adquisición.
—Por supuesto —respondió Juan, extrayendo una gastada y anticuada FogLite de su chaqueta.
Los novios encendieron unas linternas semejantes, aunque de una marca desconocida, y cogidos de la mano encabezaron la marcha. Osvaldo sacó la suya y ante el asombro de los demás alumbró los árboles que tenían por delante diciendo:
—Por ahí está bien.
Los otros quedaron asombrados ante lo que veían.
—¿Qué diablos es eso? —inquirió Elvira.
—¡Tremendo foco! —exclamó Alvaro.
—¡Y tan chica! —dijo Juan.
Sin la menor modestia Osvaldo procedió a responder todas las preguntas que le hicieron, aprovechando de paso para demostrar las capacidades de la linterna. Luego, empezaron a caminar, internándose en el bosque.
—Qué buena idea la de venir acá —comentó Juan, sin dejar de mirar con cierta envidia a su amigo con el nuevo aparato de iluminación—. Hace tiempo que no salíamos de paseo.
—Valió la pena, compadre, la naturaleza siempre es relajante —dijo Osvaldo.
Caminaron una media hora antes de detenerse al borde de una pequeña quebrada. Discutieron acerca del mejor camino a seguir, decidiendo por intentar atravesarlo por la izquierda. Siguieron por un pequeño sendero apenas visible en medio de la vegetación, disfrutando de la vista de un cielo despejado, en donde las estrellas titilaban con fuerza. Al cabo de unos diez minutos se dieron por vencidos y volvieron sobre sus pasos. Todo el camino de vuelta al campamento charlaron animadamente, sin dejar de mencionar la nueva linterna de Osvaldo con regularidad. Se metieron en sus carpas y durmieron fatigados por la marcha del día y el paseo nocturno.
—Me acuerdo del fin de semana donde la tía Paulina —comentó Juan a la mañana siguiente mientras se servían el desayuno—. Esa vez en que mi primo... este... ¿qué es ese zumbido?
—¿Cuál zum...?
—¡Cállate! —interrumpió Osvaldo a Elvira.
El mencionado sonido era claramente audible por todos. Parecía provenir de varias direcciones a la vez. Osvaldo se puso de pie para tratar de identificar mejor su origen y empezó a sentirse mareado.
—Oye, si no has tomado nada —dijo Juan, parándose para sujetarlo, pero él también fue victima del mareo.
—Yo... no entiendo... —balbuceó Osvaldo antes de caer al suelo.
Los otros intentaron ayudarlo, mas también acabaron sobre la tierra. Osvaldo trató de levantar el brazo derecho en un último esfuerzo por incorporarse, no obstante, una enorme pesadez se apropió de él y pronto perdió el conocimiento.
* * * * *
Abrió lo ojos de golpe y lo primero que descubrió fue que estaba en penumbras. Yacía sobre una loza de algo parecido al mármol y antes de poder indagar más una voz a su derecha dijo:
—Osvaldo, ¿estás bien? —Era Juan, quien se incorporaba a medias en una loza similar.
—Eso... creo —respondió, todavía algo mareado y confuso—. ¿Qué diablos pasó?
—Que me registren, loco, acabo de despertar acá...
—No se olviden de nosotros —pidió Elvira desde un rincón situado a la izquierda.
A duras penas se pusieron de pie para juntarse en el centro de lo que parecía una habitación circular, cuyos muros se conformaban de extrañas placas hexagonales.
—¿Dónde estamos? —preguntó Alvaro con temor.
—¿Cómo llegamos acá? —añadió Juan.
—No entiendo nada —dijo Elvira.
—Yo tampoco —exclamó Osvaldo.
Había varios focos empotrados en las paredes, desde los cuales una mortecina luz azul era irradiada. No alumbraban mucho, sólo lo suficiente como para poder caminar sin tropezar. A Osvaldo le recordaron las luminarias de los pasillos del cine. Miró su reloj y vio que ya eran las seis de la tarde, es decir, estuvieron casi ocho horas inconscientes.
—Ya despertaron —dijo de improviso una voz rasposa que parecía provenir del techo.
—¿Quién habla? —preguntó Juan, desafiante.
—Somos sus captores —respondió la voz—. Venimos de otro planeta para investigarlos. Estamos interesados en apoderarnos de vuestro mundo...
—¡Deja de decir idioteces y da la cara, maldito desgraciado! —exclamó Juan, haciendo gala del temperamento irascible que poseía.
La voz nada dijo y el cuarteto de amigos se miró en silencio durante un largo rato. Alvaro iba a decir algo cuando una sección del muro a su espalda empezó a abrirse. Todos miraron en esa dirección y pronto unas siluetas se destacaron. Bastaba ver la forma en que caminaban para darse cuenta de que algo anormal se aproximaba a ellos. Tenían más de dos metros de alto, se erguían sobre un par de piernas de tres articulaciones y el tórax era casi el doble de un ser humano. Gruesos brazos, cuatro de ellos, emergían a intervalos regulares y una enorme cabeza coronaba el cuerpo. Tres pares de ojos se repartían bajo una estrecha frente. Una nariz achatada sobre una boca de grandes colmillos remataba el aspecto feroz de aquellos seres, todos cubiertos por lo que parecían ser delgados trajes azulados con algunas franjas negras.
—No puede ser —comentó Alvaro, abrazando a su novia.
—Tú eres el que interrumpió —dijo uno de los alienígenas, señalando con los brazos de la izquierda a Juan.
Otro de los seres apuntó algo semejante a un pequeño arco y al instante una poderosa descarga golpeó al hombre, arrojándolo algunos metros hacia atrás. Sus amigos corrieron a su lado.
—Duele —exclamó el golpeado, contrito ante lo que veía, mientras era sentado sobre el suelo.
—Cuando nosotros hablamos ustedes se callan, ¿entendido? —exclamó el más grande, que parecía ser el jefe.
—Enten... dido —aseveró Osvaldo, temblando de miedo por lo sucedido.
—Eso está mejor —dijo el extraño ser—. Dentro de poco vendrán nuestros científicos a buscarlos para hacerles pruebas y será mejor que acaten todas sus órdenes.
El grupo dio media vuelta y desapareció por donde había venido. El muro volvió a cerrarse, quedando tan aislados como antes.
—¿Siempre tienes que hacerte el valiente, idiota? —preguntó Alvaro.
—No... lo sabía, creí que...
—Ya no importa lo que creías —cortó Osvaldo—. Somos prisioneros de unos jodidos extraterrestres que van a experimentar con nosotros.
—No puede ser, no puede ser —dijo Juan, cogiéndose la cabeza con ambas manos—. Joder, esto no puede estar pasando, no a nosotros.
—Hay... Hay que mantener la calma —dijo Osvaldo. Miró en todas direcciones—. Tiene que haber una salida en alguna parte.
—¿Dónde? —preguntó Elvira.
Acomodaron a Juan sobre una de las lozas, comprobando que no tuviese nada roto (salvo un dolor en las costillas; pero no podían estar seguros de si era sólo por el golpe o algo más). Luego, palparon las paredes en busca de alguna abertura, una separación entre las placas, una grieta, cualquier cosa. Nada. El lugar parecía completamente sellado. Abandonaron la búsqueda y volvieron con su amigo.
Tactical flashlight
Teobaldo Mercado Pomar
Inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual con el Nº 194.055
Cuando Osvaldo vio la caja sobre la mesa del comedor inmediatamente sintió una gran alegría en su interior. La linterna había arribado al fin, la espera de dos semanas (que parecieron dos meses) lo tuvieron muy inquieto hasta ese momento. Le dio las gracias a su padre, que había recibido el paquete, y partió a su pieza con premura apenas contenida. Cogió un cuchillo y sobre el escritorio procedió a abrir el envoltorio. Pronto quedó ante sus ojos la sencilla caja que contenía el preciado bien.
Finix L200
Tactical flashlight
Max 180 lumens
Two AA batteries
Era la primera linterna de verdad que poseía, toda una leyenda entre los exploradores y merecedora de más de un video en Youtube, provista de un potente led Cree Premiun Q5 que brindaba un potente haz de luz visible a más de cien metros. Tenía seis modos de iluminación: Bajo, Medio, Alto, SOS, Turbo y Strobe, adecuados para casi cualquier situación imaginable. Y lo mejor era que funcionaba con dos simples baterías AA, nada de esas extrañas CR123, 18650 ó 14500, muy difíciles de encontrar en su país.
—Quiero verte en acción, preciosa —murmuró, poniéndole ceremoniosamente las dos pilas NiMh de 3000 mAh que ya tenía cargadas para la ocasión.
Apagó las luces y accionó la interna. En modo Bajo iluminaba bastante, en Medio más aún y en Alto hacía casi innecesaria la lámpara del techo. El modo SOS emitía tres destellos cortos y tres largos. Giró la cabeza y el modo Turbo lo sorprendió por su potencia. Un rápido apretar del botón de encendido y una serie de destellos continuos alumbró como las luces de una discoteca. Sonrió, complacido ante la compra, olvidándose del costo del aparato. Ahora sí poseía una linterna para salir de excursión con sus amigos y poder alumbrarse como era debido en medio de la oscuridad de la noche.
—Cómo me gustaría tenerte ahora conmigo, mi linda —murmuró y un aire de tristeza lo envolvió al recordar a Andrea, su amada, quien en las próximas semanas partiría a vivir a Australia. Esto opacó la alegría de lo recibido durante un largo minuto, al cabo del cual volvió a encender las luces.
Colocó la linterna en su mochila de camping, aunque luego lo pensó mejor y la dejó en la que llevaba al trabajo. No era necesario, sin embargo, prefería estar preparado ante cualquier emergencia. Se puso a leer el folleto de instrucciones y en eso estaba cuando lo llamaron a cenar. Partió a comer, no sin antes darle un último vistazo a su nueva adquisición.
* * * * *
La noche ya se había dejado caer cuando Osvaldo y sus amigos departían junto a la infaltable fogata de todo campamento. Ya habían comido, cantado y bromeado un buen rato.
—Ríete con más ganas, hombre —pidió Juan, su amigo del alma, palmeándole el hombro.
—Si lo hago, tonto —replicó Osvaldo, intentando parecer más alegre, pero no pudiendo apartar a Andrea de su mente. En su interior se sentía un tonto por haberse enamorado tan profundamente de ella a sabiendas de que la mujer tenía planeado marcharse del país. Y se sentía más tonto porque ella nunca se dio cuenta de lo que él sentía, salvo cuando se lo planteó directamente. Bueno, así eran los sentimientos: impredecibles.
—¿Vamos a dar una vuelta al bosque? —preguntó Alvaro, quien siempre iba acompañado de Elvira, su novia.
En su interior, Osvaldo llevaba más de una hora esperando aquel momento, pues le permitiría demostrar la potencia de su nueva adquisición.
—Por supuesto —respondió Juan, extrayendo una gastada y anticuada FogLite de su chaqueta.
Los novios encendieron unas linternas semejantes, aunque de una marca desconocida, y cogidos de la mano encabezaron la marcha. Osvaldo sacó la suya y ante el asombro de los demás alumbró los árboles que tenían por delante diciendo:
—Por ahí está bien.
Los otros quedaron asombrados ante lo que veían.
—¿Qué diablos es eso? —inquirió Elvira.
—¡Tremendo foco! —exclamó Alvaro.
—¡Y tan chica! —dijo Juan.
Sin la menor modestia Osvaldo procedió a responder todas las preguntas que le hicieron, aprovechando de paso para demostrar las capacidades de la linterna. Luego, empezaron a caminar, internándose en el bosque.
—Qué buena idea la de venir acá —comentó Juan, sin dejar de mirar con cierta envidia a su amigo con el nuevo aparato de iluminación—. Hace tiempo que no salíamos de paseo.
—Valió la pena, compadre, la naturaleza siempre es relajante —dijo Osvaldo.
Caminaron una media hora antes de detenerse al borde de una pequeña quebrada. Discutieron acerca del mejor camino a seguir, decidiendo por intentar atravesarlo por la izquierda. Siguieron por un pequeño sendero apenas visible en medio de la vegetación, disfrutando de la vista de un cielo despejado, en donde las estrellas titilaban con fuerza. Al cabo de unos diez minutos se dieron por vencidos y volvieron sobre sus pasos. Todo el camino de vuelta al campamento charlaron animadamente, sin dejar de mencionar la nueva linterna de Osvaldo con regularidad. Se metieron en sus carpas y durmieron fatigados por la marcha del día y el paseo nocturno.
—Me acuerdo del fin de semana donde la tía Paulina —comentó Juan a la mañana siguiente mientras se servían el desayuno—. Esa vez en que mi primo... este... ¿qué es ese zumbido?
—¿Cuál zum...?
—¡Cállate! —interrumpió Osvaldo a Elvira.
El mencionado sonido era claramente audible por todos. Parecía provenir de varias direcciones a la vez. Osvaldo se puso de pie para tratar de identificar mejor su origen y empezó a sentirse mareado.
—Oye, si no has tomado nada —dijo Juan, parándose para sujetarlo, pero él también fue victima del mareo.
—Yo... no entiendo... —balbuceó Osvaldo antes de caer al suelo.
Los otros intentaron ayudarlo, mas también acabaron sobre la tierra. Osvaldo trató de levantar el brazo derecho en un último esfuerzo por incorporarse, no obstante, una enorme pesadez se apropió de él y pronto perdió el conocimiento.
* * * * *
Abrió lo ojos de golpe y lo primero que descubrió fue que estaba en penumbras. Yacía sobre una loza de algo parecido al mármol y antes de poder indagar más una voz a su derecha dijo:
—Osvaldo, ¿estás bien? —Era Juan, quien se incorporaba a medias en una loza similar.
—Eso... creo —respondió, todavía algo mareado y confuso—. ¿Qué diablos pasó?
—Que me registren, loco, acabo de despertar acá...
—No se olviden de nosotros —pidió Elvira desde un rincón situado a la izquierda.
A duras penas se pusieron de pie para juntarse en el centro de lo que parecía una habitación circular, cuyos muros se conformaban de extrañas placas hexagonales.
—¿Dónde estamos? —preguntó Alvaro con temor.
—¿Cómo llegamos acá? —añadió Juan.
—No entiendo nada —dijo Elvira.
—Yo tampoco —exclamó Osvaldo.
Había varios focos empotrados en las paredes, desde los cuales una mortecina luz azul era irradiada. No alumbraban mucho, sólo lo suficiente como para poder caminar sin tropezar. A Osvaldo le recordaron las luminarias de los pasillos del cine. Miró su reloj y vio que ya eran las seis de la tarde, es decir, estuvieron casi ocho horas inconscientes.
—Ya despertaron —dijo de improviso una voz rasposa que parecía provenir del techo.
—¿Quién habla? —preguntó Juan, desafiante.
—Somos sus captores —respondió la voz—. Venimos de otro planeta para investigarlos. Estamos interesados en apoderarnos de vuestro mundo...
—¡Deja de decir idioteces y da la cara, maldito desgraciado! —exclamó Juan, haciendo gala del temperamento irascible que poseía.
La voz nada dijo y el cuarteto de amigos se miró en silencio durante un largo rato. Alvaro iba a decir algo cuando una sección del muro a su espalda empezó a abrirse. Todos miraron en esa dirección y pronto unas siluetas se destacaron. Bastaba ver la forma en que caminaban para darse cuenta de que algo anormal se aproximaba a ellos. Tenían más de dos metros de alto, se erguían sobre un par de piernas de tres articulaciones y el tórax era casi el doble de un ser humano. Gruesos brazos, cuatro de ellos, emergían a intervalos regulares y una enorme cabeza coronaba el cuerpo. Tres pares de ojos se repartían bajo una estrecha frente. Una nariz achatada sobre una boca de grandes colmillos remataba el aspecto feroz de aquellos seres, todos cubiertos por lo que parecían ser delgados trajes azulados con algunas franjas negras.
—No puede ser —comentó Alvaro, abrazando a su novia.
—Tú eres el que interrumpió —dijo uno de los alienígenas, señalando con los brazos de la izquierda a Juan.
Otro de los seres apuntó algo semejante a un pequeño arco y al instante una poderosa descarga golpeó al hombre, arrojándolo algunos metros hacia atrás. Sus amigos corrieron a su lado.
—Duele —exclamó el golpeado, contrito ante lo que veía, mientras era sentado sobre el suelo.
—Cuando nosotros hablamos ustedes se callan, ¿entendido? —exclamó el más grande, que parecía ser el jefe.
—Enten... dido —aseveró Osvaldo, temblando de miedo por lo sucedido.
—Eso está mejor —dijo el extraño ser—. Dentro de poco vendrán nuestros científicos a buscarlos para hacerles pruebas y será mejor que acaten todas sus órdenes.
El grupo dio media vuelta y desapareció por donde había venido. El muro volvió a cerrarse, quedando tan aislados como antes.
—¿Siempre tienes que hacerte el valiente, idiota? —preguntó Alvaro.
—No... lo sabía, creí que...
—Ya no importa lo que creías —cortó Osvaldo—. Somos prisioneros de unos jodidos extraterrestres que van a experimentar con nosotros.
—No puede ser, no puede ser —dijo Juan, cogiéndose la cabeza con ambas manos—. Joder, esto no puede estar pasando, no a nosotros.
—Hay... Hay que mantener la calma —dijo Osvaldo. Miró en todas direcciones—. Tiene que haber una salida en alguna parte.
—¿Dónde? —preguntó Elvira.
Acomodaron a Juan sobre una de las lozas, comprobando que no tuviese nada roto (salvo un dolor en las costillas; pero no podían estar seguros de si era sólo por el golpe o algo más). Luego, palparon las paredes en busca de alguna abertura, una separación entre las placas, una grieta, cualquier cosa. Nada. El lugar parecía completamente sellado. Abandonaron la búsqueda y volvieron con su amigo.