[Relato] El ensayo
Hola a todos. Éste es un relato que escribí hace poco para una antología que finalmente no envié. No, no tiene nada que ver con nuestro vicio como fue el caso de Tactical flashlight que puse tiempo atrás. Espero que les guste.
Aprovecho de contarles que estoy preparando una versión en e-book de mi space opera Hacia otros universos para ponerla a la venta en Amazon. Sí sé, es autopromo, pero es el único medio del escritorfrustrado desconocido para darse a conocer, je, je, je.
El ensayo
Teobaldo Mercado Pomar
Inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual con el Nº239.802
Desde atrás de las cortinas escuchaba las voces de los otros actores, aguardando el momento de entrar en escena. Confiaba en que aquel ensayo iría sin problemas, a fin de cuentas, no era precisamente un novato. Pero si quería aquel papel en esa obra tendría que ponerle empeño, ya que el director tenía fama de ser estricto.
Inhaló de manera larga y pausada para luego exhalar de igual forma. Escuchó la frase del viejo y se aprontó para ingresar al escenario después de oir la réplica de la mujer, la cual habló poco después. Confiado, atravesó la cortina y caminó hacia la mesa del living, cogiendo una copa con aire casual mientras la pareja de actores lo miraba con asombro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la mujer.
La observó, intentando parecer cínico —la característica principal de su personaje— al tiempo que sentía que la decoración era de mal gusto (cuadros con paisajes abstractos y marcos de madera con vetas, una contradicción a su manera de ver). Se preguntó quién sería el idiota a cargo de esos detalles y cómo era posible que trabajase allí. Quizás era pariente del director o el dueño del teatro.
—Pregunté qué haces aquí —repitió la mujer, enfadada, ladeando la cabeza con ligereza y consiguiendo que su cintillo se deslizase un poco hacia abajo.
Como respuesta sonrió con suavidad, dándose cuenta de cómo las tetas se le destacaban en aquella polera. Ella no era una gran belleza, no obstante, no le parecería mal fornicársela en aquel sofá.
—¿Acaso esta no es también mi casa, querida? —Simuló darse cuenta recién del hombre mayor y añadió—: Suegro, qué gusto verlo.
Reprimió una risa al sentir que el actor que encarnaba al padre de la mujer parecía más un vendedor ambulante que un suegro malas pulgas. Pero dejó eso de lado para retomar su actuación, la cual incluía un sutil respeto por el hombre, quien siempre había estado en su contra.
—Mi hija me contó lo de la fiesta —dijo con enfado.
—Ella exagera, como siempre —replicó, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.
—Yo no exagero —protestó la aludida. Lo apuntó con el dedo—. Tú y tus malos modales lo arruinaron todo.
La miró a los ojos, dándose cuenta de que le era ligeramente familiar. ¿Se habrían visto en algún otro ensayo antes? No sería extraño, por supuesto, en aquella profesión se conocía a mucha gente. El hombre, en cambio, no le recordaba a nadie; su aspecto no tenía nada de extraordinario, nunca le parecería alguien destacable dentro de una multitud.
—Oh, vamos, una pequeña bromita no le hace mal a nadie —dijo, intentando sentirse cínico y sonar como tal.
Los ojos de la mujer destellaban con un enfado muy real y por unos instantes lo asustaron. ¿Sería así con su pareja?
—No le restes importancia —pidió ella.
—Te estás pasando de la raya —dijo el suegro echando chispas con la mirada—. Y yo me estoy hartando de escuchar tus... tus... estupideces.
No recordaba que el término “estupideces” estuviera en el libreto, aunque él se había remitido principalmente a memorizar sus líneas. No tenía importancia, así que adoptando un tono de voz más serio exclamó:
—Parece que ustedes están se acuerdo en complicarme la vida.
La mujer hizo un mohín y el hombre mayor frunció el ceño, haciendo parecer que el conflicto iba escalando en intensidad. Perfecto, de eso se trataba aquella escena: simular una disputa familiar. Hasta el momento iban bien y podía pasar por alto el aspecto del otro, la horrible decoración y la tenue iluminación. Si seguían así todo...
—¡NO, NO, NO! —interrumpió una voz y las luces se encendieron.
El trío de actores se quedó mirando al director, quien se puso de pie y señaló al recién llegado.
—¿Qué crees que estás haciendo? —El aludido nada dijo— Tu papel es ser un esposo cínico e irresponsable... ¡y no te has metido en él! —Apuntó al cintillo que llevaba en su cabeza, muy similar al de los actores— Esto no es ningún adorno, novato, ¿o crees que el término “Teatro de las emociones” es solo un nombre bonito? ¡Pues no! Tu cintillo le transmite al público lo que sientes, lo que piensas, así que tienes que estar cien por cien metido en el personaje, tienes que ser el personaje cuando subes al escenario. Al público no le interesan tus apreciaciones del decorado, las tetas de tu compañera o el aspecto del otro hombre; tampoco si los conoces de antes o si crees que están haciendo bien el papel. —Se dejó caer en la butaca, moviendo la cabeza de un lado para otro—. Joder, cuánto hay que trabajar hoy en día. Pero que nadie diga que soy cruel e insensible. —Gesticuló con las manos—. Vamos, de nuevo. Tienes otra oportunidad, novato, no la desaproveches.
Avergonzado, salió por donde había entrado, evitando ver la cara de enfado de la mujer y el hombre mayor. Sintió un gran alivio al estar fuera del escenario. Respiró hondo otra vez, pensando en su personaje, metiéndose en su personalidad. Las voces se repitieron igual que antes y se aprontó para intervenir. Esta vez lo haría bien.
Aprovecho de contarles que estoy preparando una versión en e-book de mi space opera Hacia otros universos para ponerla a la venta en Amazon. Sí sé, es autopromo, pero es el único medio del escritor

El ensayo
Teobaldo Mercado Pomar
Inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual con el Nº239.802
Desde atrás de las cortinas escuchaba las voces de los otros actores, aguardando el momento de entrar en escena. Confiaba en que aquel ensayo iría sin problemas, a fin de cuentas, no era precisamente un novato. Pero si quería aquel papel en esa obra tendría que ponerle empeño, ya que el director tenía fama de ser estricto.
Inhaló de manera larga y pausada para luego exhalar de igual forma. Escuchó la frase del viejo y se aprontó para ingresar al escenario después de oir la réplica de la mujer, la cual habló poco después. Confiado, atravesó la cortina y caminó hacia la mesa del living, cogiendo una copa con aire casual mientras la pareja de actores lo miraba con asombro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la mujer.
La observó, intentando parecer cínico —la característica principal de su personaje— al tiempo que sentía que la decoración era de mal gusto (cuadros con paisajes abstractos y marcos de madera con vetas, una contradicción a su manera de ver). Se preguntó quién sería el idiota a cargo de esos detalles y cómo era posible que trabajase allí. Quizás era pariente del director o el dueño del teatro.
—Pregunté qué haces aquí —repitió la mujer, enfadada, ladeando la cabeza con ligereza y consiguiendo que su cintillo se deslizase un poco hacia abajo.
Como respuesta sonrió con suavidad, dándose cuenta de cómo las tetas se le destacaban en aquella polera. Ella no era una gran belleza, no obstante, no le parecería mal fornicársela en aquel sofá.
—¿Acaso esta no es también mi casa, querida? —Simuló darse cuenta recién del hombre mayor y añadió—: Suegro, qué gusto verlo.
Reprimió una risa al sentir que el actor que encarnaba al padre de la mujer parecía más un vendedor ambulante que un suegro malas pulgas. Pero dejó eso de lado para retomar su actuación, la cual incluía un sutil respeto por el hombre, quien siempre había estado en su contra.
—Mi hija me contó lo de la fiesta —dijo con enfado.
—Ella exagera, como siempre —replicó, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.
—Yo no exagero —protestó la aludida. Lo apuntó con el dedo—. Tú y tus malos modales lo arruinaron todo.
La miró a los ojos, dándose cuenta de que le era ligeramente familiar. ¿Se habrían visto en algún otro ensayo antes? No sería extraño, por supuesto, en aquella profesión se conocía a mucha gente. El hombre, en cambio, no le recordaba a nadie; su aspecto no tenía nada de extraordinario, nunca le parecería alguien destacable dentro de una multitud.
—Oh, vamos, una pequeña bromita no le hace mal a nadie —dijo, intentando sentirse cínico y sonar como tal.
Los ojos de la mujer destellaban con un enfado muy real y por unos instantes lo asustaron. ¿Sería así con su pareja?
—No le restes importancia —pidió ella.
—Te estás pasando de la raya —dijo el suegro echando chispas con la mirada—. Y yo me estoy hartando de escuchar tus... tus... estupideces.
No recordaba que el término “estupideces” estuviera en el libreto, aunque él se había remitido principalmente a memorizar sus líneas. No tenía importancia, así que adoptando un tono de voz más serio exclamó:
—Parece que ustedes están se acuerdo en complicarme la vida.
La mujer hizo un mohín y el hombre mayor frunció el ceño, haciendo parecer que el conflicto iba escalando en intensidad. Perfecto, de eso se trataba aquella escena: simular una disputa familiar. Hasta el momento iban bien y podía pasar por alto el aspecto del otro, la horrible decoración y la tenue iluminación. Si seguían así todo...
—¡NO, NO, NO! —interrumpió una voz y las luces se encendieron.
El trío de actores se quedó mirando al director, quien se puso de pie y señaló al recién llegado.
—¿Qué crees que estás haciendo? —El aludido nada dijo— Tu papel es ser un esposo cínico e irresponsable... ¡y no te has metido en él! —Apuntó al cintillo que llevaba en su cabeza, muy similar al de los actores— Esto no es ningún adorno, novato, ¿o crees que el término “Teatro de las emociones” es solo un nombre bonito? ¡Pues no! Tu cintillo le transmite al público lo que sientes, lo que piensas, así que tienes que estar cien por cien metido en el personaje, tienes que ser el personaje cuando subes al escenario. Al público no le interesan tus apreciaciones del decorado, las tetas de tu compañera o el aspecto del otro hombre; tampoco si los conoces de antes o si crees que están haciendo bien el papel. —Se dejó caer en la butaca, moviendo la cabeza de un lado para otro—. Joder, cuánto hay que trabajar hoy en día. Pero que nadie diga que soy cruel e insensible. —Gesticuló con las manos—. Vamos, de nuevo. Tienes otra oportunidad, novato, no la desaproveches.
Avergonzado, salió por donde había entrado, evitando ver la cara de enfado de la mujer y el hombre mayor. Sintió un gran alivio al estar fuera del escenario. Respiró hondo otra vez, pensando en su personaje, metiéndose en su personalidad. Las voces se repitieron igual que antes y se aprontó para intervenir. Esta vez lo haría bien.